Existen momentos en la vida que trascienden más allá de la mera experiencia, muchos se convierten en lecciones impresas en el corazón, creando memorias y vínculos que nos dejan la sensación de que el camino escogido definitivamente es el correcto. Yo he tenido el privilegio de encontrar uno de esos momentos, y es una experiencia que con gran sensación de gratitud quiero compartir.

La Universidad de Cartagena ha sido mi segundo hogar por casi 5 años, y en este, mi último semestre académico como estudiante de Economía, me obsequió una nueva experiencia, que se suma a este recorrido maravilloso que ha sido mi formación como profesional en la facultad de Ciencias Económicas. A través de la cooperación con la Universidad Complutense de Madrid, por dos semanas, que se sintieron un instante, 250 estudiantes de 12 países diferentes contamos con la fortuna de compartir e intercambiar saberes con excelentes maestros, y juntos, nos sumergimos en un mundo de aprendizaje, no solo de nuestras disciplinas, sino también de la vida misma. A esta experiencia le llamamos: curso de verano, edición número 34.

En mi caso, a través del curso “Análisis financiero-económico y desafíos de las finanzas en un escenario de crisis e incertidumbre en el marco de la globalización y el Estado” (ya sé que es un título extenso, sin embargo, se queda corto por la inmensidad de su contenido) aprendimos sobre valoración de empresas y proyectos de inversión, globalización, marco legal de una empresa, análisis de estados de resultados y balance general, y un largo etcétera, sin embargo quiero resaltar de este curso aquellos aprendizajes que no solo se quedan en la mente, sino también en eso que los humanos llamamos el corazón. 

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Desde el momento que puse un pie en el aula, supe que este curso seria especial, se podía sentir ese aura magnifica que emana la multiculturalidad, similar a un vibrante tapiz, con hilos de diversas texturas y colores, donde cada uno de nosotros aportaba desde su propia esencia a la creación de un ambiente lleno de saberes, reconociendo en cada anécdota que, pese a las diferencias en nuestras experiencias, nos unían aspiraciones y deseos sorprendentemente similares, y que cada asiento ocupado pertenecía a seres humanos soñadores y con un gran deseo de aportar a la trasformación social.

Mucho se ha dicho sobre el desarrollo económico sostenible, la globalización y de las brechas socioeconómicas existentes, pero ¿cuantos de nosotros hemos vivido frente a frente con lo que acarrea pertenecer a esa realidad? ¿Cuántos de nosotros hemos tenido que poner en pausa metas por limitaciones socioeconómicas, religiosas o simplemente situacionales, de esas que no buscas, pero te encuentran? Cuando debatimos desde esta visión de la vida las respuestas cambian, todo va más allá de lo académico y nos adentramos a la sensibilidad de lo que representa ser humanos y entonces, el desarrollo económico sostenible se convierte en el futuro de nuestros hijos, la globalización en una posibilidad de avance para comunidades olvidadas, y las brechas socioeconómicas en uno de los tantos obstáculos que debemos superar para lograr anhelos.

La verdadera importancia de estas experiencias es tomarlas como inspiración y reconocer en ellas un poder transformador, no solo de nuestras vidas sino también la de los demás. Convertir cada anécdota en inspiración y a nuestros docentes, en esos faros que guían esta experiencia a mar abierto que significa ser un estudiante, yo por ejemplo me di cuenta que no es imposible ser poliglota y economista, como nuestra profesora Renata, que ya no es descabellado que una mujer sea experta en finanzas como nuestra profesora Mercedes, que un día quiero haber leído tantos libros y hablar con esa elocuencia sobre economía como el profesor Amaranto y sin duda que quiero amar y contribuir a mi país desde mis conocimientos como nuestro profesor Mauricio. A todos estos seres inspiradores, mil gracias, como también a todos los que hicieron posible esta maravillosa experiencia.

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